4.2.10

la mulata

La fotógrafa tenía los ojos muy abiertos, como un búho, a pesar de ser más de las tres de la madrugada. El sueño no quería acudir, espantado por la actividad volcánica de su cerebro.
Estaba preocupada. Preocupada y angustiada por el nuevo e inesperado cariz que estaban tomando las cosas. Porque creía haber suprimido esa parte errónea de su persona bajo toneladas de doloroso autocontrol vigilado, hasta el punto de olvidar, pero no de erradicar. Se revolvió inquieta en la cama, liberándose de los brazos de Jean Pierre, su actual novio. Apoyó el codo en la almohada para tener una mejor perspectiva de él. Jean Pierre, su novio doce años menor, francés, con aspiraciones bohemias y sin una perra en el bolsillo, que se creía artista, belleza de bellezas y poco menos que el ombligo del mundo, que tan solo la quería porque lo mantenía a él y a sus caprichos. Y, para colmo, era pésimo en la cama.
Se levantó sin miramientos, porque el cabrón tenía un sueño profundo del que muy pocas veces se le podía sacar, y completamente desnuda, con el paso de un susurro, se encaminó a la nevera para coger del estante más alto una manzana amarilla y arrugada. Le encantaban las manzanas frías y arrugadas. La lavó en la pila, la secó con el trapo y, echándoselo al hombro, volvió a la habitación para sentarse en la cómoda butaca que había al lado de la estantería. Dio un mordisco, observando pensativa. El cuerpo del joven francés se destacaba entre las sábanas arremolinadas, iluminado por puntitos de luz de farola que se agolpaban y colaban por los agujeritos de la persiana a medio bajar, y era realmente magnífico, perfecto en su equilibrio. Musculoso sin ser robusto, de espalada ancha y cintura estrecha, de constitución atlética. La nariz aguileña le daba un toque aristocrático de noble caprichoso que para más de una mujer hubiera sido irresistible. Descansaba abandonado en la cama, plácido.
La fotógtafa alargó la mano hacia la cámara, en el suelo, donde siempre la dejaba sin saber por qué, entre el butacón confortable y la estantería repleta. Por si surgían momentos como aquellos, manzana en mano y trapo al hombro, de madrugada.
Click.
Suspiró.
Porque precisamente ese dios de pequeño panteón, junto con la visión de la mulata, habían contribuído a despertar en ella lo que era natural, lo que llevaba tanto tiempo agarrotado y escondido como una verguenza y que tantas veces, en bocas y camas de otros, intentó negar.
Después de fotografiar a la chica, en la estación, turbada había vuelto a su casa, a trompicones, su mente un puro torbellino incomprensible y confuso que rescataba constantemente, siempre dominados por la visión de los ojos oscuros, retazos de los sugerentes labios, las largas piernas, el oscuro color de la piel que, aún de lejos, prometía tener el tacto de la seda y el sabor del cacao, amargo y dulce a la vez. Y se había lanzado sobre Jean Pierre, que aún dormía, ansiosa, desesperada por segir negando.
Esta vez no lo consiguió.
El muchacho, aunque bien dotado, solo alcanzaba los dieciocho años de edad. Era demasiado joven e inexperto como para satisfacerla en su totalidad. De modo que siguió hambrienta después de haber agotado al chico, porque mientras Jean Pierre aprendía recorriendo su cuerpo con caricias abrasadoras, ella imaginaba que era la mulata la que la recorría. Cuando los labios firmes jugueteaban en sus pechos con los pezones, imaginaba que se trataba de la mulata. Cuando las manos firmes le abrían las piernas para experimentar con su sexo, imaginaba la boca golosa, las manos finas, la mirada pícara de gato viejo de la mulata, que la exploraba.
Porque, inevitablemente, seguía teniendo hambre de cuerpo de mujer.
El recuerdo la hizo estremecer, poniéndole la carne de gallina. Aún sujetaba el corazón de la manzana, lánguidamente, colgando hacia el suelo. Jugueteaba con la cámara, observando a habitación a través del objetivo. Suspiró de nuevo.
¿Por qué?
Es la gran pregunta incontestable que nunca morirá en el universo.
Daba igual.
Acababa de decidir que tenía que encontrarla.



Regalo prestado de pstrange




Gracias a Pstrangetown, por este supermegagenial dibujo!!
Rótalo como quieras. La mulata se ve igual de preciosa.
Ese nosequé me encanta.
Y el pelo... *_*

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Debería dejar de contenerse las ganas y correr a buscar a la chica que la vuelve loca, olvidandose de sus porqués.

Pstange está hecho todo un artista.

Isi G. dijo...

Ya sólo me falta un examen!!! El de farma creo que lo aprobaré, a ver :P

Gracias por tu comentario!!! Besotes!!!

Sonia Ruiz dijo...

Que bonito!!
ese anhelo que a estado sepultando, deberia dejarlo salir ya, a uscar a la mulata.

Besos

p.strange dijo...

La he rotado, pero aún así se sigue quedando corta para este genial relato.

Ahora me intriga la fotógrafa, y esa butaca.
Los rotuladores que tengo en el bolte de helado de chocolate blanco me dicen que la dibuje, pero por hoy es suficiente.


Muchas gracias por acerptar.
Me encanta formar parte del mundo de los kiwis fantasmas y los relatos de pasillo.


!!!!!!!!

Belén dijo...

Ostras, yo si me tienen que dejar, no sé cómo encajaría que fuera por otro hombre, en mi caso...

:S

Besicos

Espérame en Siberia dijo...

¡La imagen está hermosa!

El delineante de cumulonimbos enterrados dijo...

Me siento identificado con la fotógrafa. inconformista y transgresora en su manera de proceder. pero también con Jean en otros aspectos no tan positivos. me gustó.

Saludos subterráneos.

Anónimo dijo...

Tanto el texto como el dibujo son geniales. Me pregunto como acabará la historia de esta fotógrafa tan confundida. :)