4.11.09

la lluvia

La lluvia fina cae sobre la ciudad, como un ligero velo de muselina, que sumerge a la gran urbe en un extraño letargo, una quietud que nunca suele experimentar. Como si un maelström se hubiese paralizado en mitad del mar.

Y entre el vapor que sale del cuenco de café bien calentito Lithbeth observa a ese monstruo frenético que yace adormilado a sus pies, atenta, intentando descubrir algo, sin saber muy bien el qué. La ventaja de tener un ático en mitad de la ciudad es que podías salir al pequeño, casi diminuto balcón y mirar hacia la vida que transcuirría allí abajo, casi sintiéndote un dios, todo a tus pies y tu allí arriba, observando tras un cuenco de café bien cargado. Así es como se sentía ella a veces mientras intentaba adivinar qué es lo que estaría conteciendo a pie de calle. Hoy, Lithbeth no había bajado la vista hacia la calle desierta de gente y abarrotada de coches. Hoy se dedicaba a mirar más arriba, por encima de los rascacielos, hacia el techo plagado de nubes y ruidosos relámpagos, paladeando las gotas de agua que descendían como kamikazes dispuestos a todo y se disolvían en la nada cuando tocaban tierra. Se deleitaba con el reflejo de miles de reflejos en los cristales de los edificios. Sacó una de las manos y sonrió cuando volvió a meterla bajo el seco resguardo de la sombrilla que había sacado a modo de paraguas gigante, y que abarcaba toda la mesita redonda de madera en la que estaba sentada con las piernas cruzadas. Miró con atención el mitón mojado de su mano y descubrió entre los pliegues unas gotas suicidas que aún seguían vivas. Volvió a sonreir como una niña pequeña, con esas sonrisas que se contagian enseguida y son imparables, y de un salto salió bajo la lluvia y bailó. Bailó mirando hacia el cielo, hacia las nubes que jugaban a hacer carreras, hacia los relámpagos que la iluminaron cuando los plomos saltaron en toda la ciudad. Bailó porque se sintió pequeña, porque supo que podía hacerlo, y se sintió alegre.

Los maullidos lastimeros de Kafka la distrajeron, y rió toda la risa reprimida que guardaba en su interior. Alzó en volandas al gato negro y lo abrazó, mojándolo también, mientras él miaraba con anhelo el sofá caliente y seco en el interior de casa. Y aún con un poco de risa que gastar Lithbeth se metió dentro, sacudiendo el pelo y mimando al resignado y empapado gato mientras cantaba bajito poemas de artistas olvidados.


Y el tazón de café quedó humeando sobre la mesa, en compañía de la lluvia.

7 comentarios:

Lilium Vorowizc dijo...

Casualmente siempre quise tene run gato negro al que poner por nombre Kafka :)

Anónimo dijo...

Kafka es un nombre perfecto para un gato. Y más si es negro.
Me gustan tus chicas y sus historias. También me gustaría conocer a ese misterioso que tienes en el pasillo. Seguro que es encantador =)

Laury Muñoz dijo...

Yo tambien quisiera un kafka. Yo tambien tengo un kiwi , pero el mio vuela aunque no tenga alas y está adiestrado. Su llamada? Di barbotina (Es como barro seco hecho polvo y luego le echas agua y sirve para tapar grietas en las figuras de barro q hagas) XD pero no digas que te lo dije!

Diane Ross dijo...

Me gustaría conocer a tu fantasma ^^
Me pasaré por aquí, a ver si algún día lo veo.

Saludos de colores =)

Trish dijo...

ilusos, ilusos mortales...

gracias por pasarte! ^^

yo tengo un gato negro ;) se llama Salem, aunque Kafka suna mucho mas interesante ^^

te agrego!

Belén dijo...

Que blog más chulo!

Me lo quedo ;)

Besicos

P.D el murmullo de las cucarachas es un blog donde todos los lunes hacen una radio en la que colaboro leyendo textos, y le he pedido a dara si me deja uno suyo...

nira~ dijo...

teniendo en cuenta qe esta es una entrada antigua no creo que leas esto pero bueno, te quería comentar que me encantaría tener un gato al que llamarle Kafka, me recuerda a un libro (en el libro el gato tambien se llamaba asi)
ah, y que me ha encantado la entrada si yo fuera la taza de café estaria super a gusto en compañía de la lluvia =)
un beso kiwi-kiwi