18.11.09

la fotógrafa

A las 7:43 de la mañana el metro es una enorme lata de sardinas.

Hay tanta gente apretujada que la fotógrafa ni si quiera necesita guardar el equilibrio para seguir de pie y se deja mecer por el vaivén, clavando la vista pensativa en el techo. Cuando se redujo la marcha el letrero de la próxima estación se iluminó en fosforito, y la mujer afianzó la cámara de fotos en sus ágiles manos, para no perderla, presta a salir y captar esos instantes fugitivos con los que se ganaba la vida. La gente comenzó a salir a borbotones por las puertas abiertas como heridas supurantes en una enorme bestia de metal, y cada cual siguió su camino.

Barrió el andén con su curiosa mirada bicolor, atenta, tensa como un depredador acechante, experta cazadora de imágenes. No vio nada. De odo que dejó que la cámara colgase de nuevo del cuello y comenzó a andar con las manos en los bolsillos delanteros del vaquero, sacando los pulgares, sin dejar de estar a la expectativa. Esa era, con mucho, su mejor parada. Era sucia, mal ventilada y pobre. Pero con una luz peculiar y cientos de historias soterradas. Tenía, como muy pocas, su propia personalidad, chabacana, ruidosa y especial; y por ella desfilaban todo tipo de personajes.

Los mendigos solían manchar en andén aquí y allá, entre basuras y cartones de letras rojas que rezaban la palabra frágil, y cuyos pies de zapatos gastados asomabana bajo un burruño de ajadas desgracias. A veces los acompañaban un gato tuerto o un perro cojo, que se sentaban a su lado y veían pasar la vida enlatada en ráfagas de viajes subterráneos con total indiferencia.

Los músicos ambulantes suenan sus desgajadas melodías callejeras, falsamente alegres, mientras cantan, bailan o hacen malabares. Hoy hay dos nuevos huéspedes en la estación. Uno de ellos es un gracioso mimo de baja estatura que pinta su cara como la de un triste pierrot. El otro es un viejísimo saxofonista huesudo, sentado en el suelo, cuyos ojos blancos, tanto como los dientes de su sonrisa franca, contrastaban con la piel negra y curtida. Y de su saxo brotaba la melancolía hecha canción. La fotógrafa se acuclilló tomado posiciones, a unos metros, y comenzó a trabajar. Cuando ya no quedaron más instantesque robar se acercó al hombre y le cogió una mano despacio, para queno se asustase, y depositó entre las arrugas un billete de veinte.

-Aquí tiene una propina de veinte, abuelo. Gástela en engordar un poco.

Y se alejó con el paso elástico que la caracterizaba, a ver qué más había por allí. La estación es, también, terreno de caza de todos aquellos parias de la sociedad, y pasan de incógnito y en silencio bajo el fluir monótono de la vida. Es de allí de donde ha sacada la mayoría de sus fotos, algunas premiadas, incluso, y fue allí donde la vio por primera vez.

Lo primero que captó fueron sus ojos de gato salvaje, tan negros que no se distinguía la pupila, de pestañas largas. Se apoyaba con indolencia en la pared mientras contaba las ganancias sacando la puntita de la lengua entre sus jugosos labios carnosos, concentrada. El pelo negro caía por los hombros en espesos bucles arremolinados sin ton ni son, enmarcando su rostro de mujer joven. Estaba medio desnuda, pues tan solo vestía un escueto pantalón que bien podría haber pasado por bragas, un top que ceñía su pecho generoso, unas chanclas y un bolso. El resto era piel de delicioso tono chocolate envolviendo su voluptuoso cuerpo de mulata.

Y la fotógrafa sintió una sacudida salvaje. Automáticamente las manos volaron hacia la cámara y el dedo sobre el botón desapareció en su rapidez. Sin embargo la joven alzó de pronto sus ojos felinos y la examinó atentamente antes de salir corriendo, como alma que lleva el diablo. Y antes de que la mujer pudiera darse cuenta, la chica ya había desaparecido. Se quedó con la cámara suspendida e el aire y la boca abierta en un jadeo de asombro. Quiso salir tras ella y darle alcance, pero no se movió, abrumada por lo que acababa de pensar. Por lo que estaba ocurriendo.

¿Por qué iba a salir tras ella?
Es más, ¿por qué jadeaba?
¿Por qué tenía el pulso acelerado?
Intentó serenarse. Y no pudo.

Porque el pulso se le aceleraba cuando pensaba en esas piernas morenas, torneadas. En la esbelta cintura, de deliciosa curva. Jadeaba cuando sentía el impulso de comprobar si sus pechos parecían tan sólidos bajo ese apretado trozo de tela. Quería salir tras la chica para poder completar el trabajo que su mente había comenzado.

Respiró hondo, intentando calmarse, sin encontrar respuesta a lo que ocurría en su interior.
Preguntando sin comprender se por qué de nuevo sentía los instintos equivocados.

Y si volvería a ver aquellos ojos gatunos.

12 comentarios:

Diane Ross dijo...

Instantes fugaces.

Saludos de colores =)

Belén dijo...

A veces hay escenas que son lo mejor a la hora de escribir, solo recordando...

Besicos

Anónimo dijo...

El metro es sin duda el mejor lugar del mundo para ver la vida de verdad.
Ojala vuelvan a verse =)

El delineante de cumulonimbos enterrados dijo...

"Como heridas supurantes de una enorme bestia de metal".
Sin duda lo que más me cautivó.

Saludos subterráneos.

Doña María dijo...

El metro siempre me produce claustrofobia. Pero a través de la cámara de tu fotógrafa he visto un universo abierto. Por cierto, ¡odio los mimos!

Trish dijo...

digamos que tiene parte de todo, parte de texto y parte de verdad, al fin y al cabo todos escribimos basandonos en nuestros sentimientos...

Anónimo dijo...

Curiosa fotógrafa, habrá descubierto una faceta escondida de sí misma?

Elena Cardenal dijo...

Anda que no da de sí el metro para poder escribir historias...
Los fotógrafos siempre consiguen sacar bonitas imágenes en cualquier sitio.
Algún día se reencontrarán...

besos!!

PD: seguro que te interesaría apuntarte al taller de escritura.

PD2: me encanta la imagen de la cabecera de tu blog, jeje. siempre me saca una sonrisa.

Diane Ross dijo...

Gracias, Kiwi, por tu comentario.
Sinceramente, si lo has leído, no se en donde :S No he tomado de referencia ningún texto ni nada, no se O.O

Me alegro de que te haya gustado y si, ya me dijiste lo del nuevo look xD

Contar los días es aburrido ;)


Saludos de colores =)

Rafael dijo...

Hola, kiwi, bonito relato e interesante también. Tiene imágenes que hacen entretenida la lectura y un final que hace reflexionar, aunque en mi opinión los instintos nunca son equivocados y suelen ser tan poderosos que se trasforman en una verdad innegable.

Si me permites te recomendaría corregir algunos errores de tipeo. Escribes muy bien y justo es que también se vea impecable.

Te he incluido en mi lista de blogs amigos para poder seguir más fácilmente tus actualizaciones.

Gracias mil
Saludos
Rafa

p.strange dijo...

Sii!!
El dibujo es mío.
Los hago en el trabajo cuando me aburro, son irracionales.
Al igual que las frases que los acompañan

Un pasatiempo.

Rafael dijo...

Con los errores de tipeo me refería a algunos fallos que nos dejamos al haber dado a una tecla mal. A mí me pasa mucho, y a veces ni me doy cuenta por más que repaso el texto. Participo en un foro de relatos y siempre me tienen que advertir de alguno.

La fotógrafa ni siquiera
No vio nada. De modo
más instantes que
despacio, para que no
de donde ha sacado
suspendida en el aire
comprender por qué

Suele pasar que al tener el escrito en la memoria, leemos con menor profundidad, dando por supuestas algunas cosas. Cosas de la mente.