22.3.10

Lithbeth y el extraño gato tuerto

La primera vez que Lithbeth vio a Kafka, le salvó de ser arrojado al camión de la basura por un hombre que solo hacía su trabajo.
La segunda vez que lo vio, se lo entregaron en una caja de cartón. La empapelaron con recetas y la despidieron con sonrisas ocupadas.
La tercera vez que lo vio había desalojado del sofá de su ático a Der Bau, los cojines, todos los lápices de dibujar y las hojas arrugadas llenas de bocetos. Seguía dentro de la caja, aunque sin tapa y mejor acomodado. Vendado de arriba a abajo luchaba contra la anestesia por ganar de nuevo, poco a poco, la lucidez. Mechones de pelo apelmazado se escapaban aquí y allá, y Lithbeth sonrió al pensar que tenía toda la pinta de una momia. Se sentó en el suelo, sobre la alfombra, y asomó la nariz por uno de los bordes de cartón. Contempló como el gato negro iba recuperando la consciencia entre bufandas mullidas y jerseys de invierno mientras el olor del sedante se desvanecía entre respiraciones pausadas, tranquilas.
Lo habían vapuleado, desgarrado, reventado y abandonado. Tenía una oreja mordida y tan solo conservaba el ojo izquerdo.
Y seguia aferrándose a la vida como si de verdad no quisiera irse, pero sin aparente prisa por volver a ella.
La chica apoyó el codo en el sofá para mirar mejor a su nuevo compañero, y lo único que encontró durante un instante fue un dilatado mar verde, tan verde como pueda llegar a ser el verde. El gato la miró a ella, de arriba a abajo y se relamió los bigotes pensativo, sopesando su nueva situación. Entonces la chica pensó si a él le gustaría la leche, porque a ella le apetecía mucho un tazón de café y mientras iba a buscarla a la cocina se le ocurrió que tendría que preguntarle su nombre.
Ni si quiera sabía cómo se llamaba.

19.3.10

la niña vacía

A la niña vacía hecha de retazos solo puedo decirle que me da pena. Que sus lágrimas son huecas y su corazón una cáscara frágil y vacía que bombea sentimientos hechos a parches. Solo puedo decirle que me pone triste que jamás querrá darse cuenta que no es más que un peluche remendado hasta tal punto que ya ninguna parte es la original, fabricado de nuevo con pedazos que no le pertenecen. Que no les venga a la mente la figura contraecha de Frankensteine, pues a diferencia de ella él creó sus sentimientos y emociones a partir de un alma propia. La niña vacía hecha de retazos solo tiene un suspiro en el pecho, y tampoco es suyo. Camina, habla, bromea, piensa, pero no deja de ser un conglomerado de ideas ajenas, un cúmulo de sentimientos externos. No sabe crear cosas de la nada si antes no hubo ahí algo que se le pareciera, algo que ella pudiera moldear a su gusto a partir de una base concreta.
Pero, ¿qué es lo que mueve a la niña vacía, se preguntarán?
¿Qué es lo que une todos esos pedazos dispares y consigue mantenerla en pie sin que se rompa?
El sentimiento inconfesable de soledad. El abrumador hecho de ser una persona totalmente normal. El ser consciente de que no es imprescindible, ni un genio por méritos propios, ni una persona completa. El hecho de que ha ido cosiéndose a la piel tantos trozos de los demás para no perderlos nunca que se ha extraviado a sí misma entre costura y costura. A acabado creyendo que ella misma es cada uno de esos fragmentos, pero la realidad es que no deja de ser una carcasa de parches mal pegados que ha perdido el rumbo y ya no sabe a dónde va.
En el fondo no es mas que una chica fría falta de sentimiento verdadero, que pide a gritos silenciosos un abrazo no robado y un alma no copiada que la comprenda. Quizá, bajo todos esos costurones que cosen falsedades no sea más que un cachorro abandonado a su suerte que mendiga mimos y atención, puede que hasta un poco de cariño sincero. Quizá en el fondo no sea muy diferente a todas esas personas que se han perdido a sí mismas y ya no se encuentran.
Por eso a la niña vacía hecha de retazos solo puedo ofrecerle mi pena y mi compasión, porque no saber quién eres y hacia dónde vas es muy triste.
Ojalá, de corazón sincero, encuentre lo que busca con esa ansiedad oculta en el fondo de sus ojos.


Para crear algo bueno debes creerte lo que escribes. Si no te lo crees, solo tienes entre manos palabras vacías. A veces yo me creo lo que escribo y de ahí salen cosas bonitas, pero muchas veces no. Entonces me toca jugar a levantar castillos de naipes sin respirar, no sea que se me derrumben todas las cartas por culpa de algún suspiro. No se si me explico.
Mi madre lo llama crisis creativa.
Yo lo llamo estar jodido.
Creo que repito demasiado la palabra jodido ¬¬

14.3.10

dale un beso a la ciudad, vale?

Dani esperaba pacientemente a que el muñequito del paso de cebra le diera la gana de cambiar de color. A su alrededor un montón de personas resoplaban como caballos cansados por la tardanza. Pero a él lo mismo le daba, porque estaba muy lejos de allí, estaba pensando en cómo podía cumplir el encargo que le había dicho Anne. Le había sorprendido que lo llamase esta mañana, cuando normalmente lo hacían por cam, ella en el hospital de Zurich y él en su apartamento. Eso le ponía furioso a más no poder, porque era el único contacto que ella le permitía, y aún así seguía poniendo reparos. Por Dios, ni si quiera le había dicho qué maldita enfermedad tenía porque no quería que la buscara en internet. Y sin embargo él debía quedarse con los brazos cruzados viendo cómo empeoraba, viendo cómo los tratamientos hacían desaparecer los preciosos cabellos rubios de Anne, sus hermosas cejas altivas, la larga cortina de pestañas. Ni si quiera le dijo que le estaban dando quimio, lo tuvo que deducir él cuando la vio con un pañuelo azul turquesa a juego con sus enormes ojos intentando ocultar lo que era más que evidente. Era como un macabro juego en el que Dani se empeñaba en adivinar que mierda le pasaba. Pero ella se cerraba en banda, no decía ni una puta palabra al respecto. Y se dedicaba a pedrile favores. De vez en cuando le decía "Hoy tienes que ir al museo, Dani, porfa. Me gustaría mucho que fueses, así a la vuelta me lo describes y será como si hubiese estado allí contigo, ¿qué te parece?", o le pedía que bajase al parque enfrente de casa y se paseara durante un buen rato para que luego subiera y le explicase todas las cosas. Incluso hubo un día o dos que le pidió que se fuera de fiesta, y entre risas le decía que le describiera la resaca. Y Dani iva, allí donde ella le pedía, y se hinchaba hasta explotar de todas las cosas descriptibles que pudiera almacebar, para no perder detalle y contárselo todo, para ver el brillo ilusionado, cada vez más apagado, de sus ojos turquesa, para robar de vez en cuando una sonrisa cansada y pálida. Él quería mucho a Anne. Es más, la amaba. Porque era una chica dinámica, juguetona y suspicaz. Porque amaba todas las cosas con toda la intensidad que se puede sentir, porque siempre iva de un lado a otro como si una erupción de energía se hubiese apoderado de su delgadito cuerpecillo, y amaba también a la ciudad. Con sus cosas grandiosas y las que no lo eran tanto. Con su polución, su contaminación acústica, sus atascos intermianbles. Anne amaba la ciudad, que eran mil facetas diferentes compuestas por tropecientosmil engranages distintos. Y sobretodo amaba a Daniel, que también pertenecía a la ciudad, al ruido, al asfalto. Él decía que realmente no es que le gustase mucho eso, pero ella insistía en que sí. Y no podía llevarle la contraria, jamás había conseguido negarle nada. Por eso hoy se paseaba con la mochila al hombro, saltándose todas las clases de la universidad, para ir besando la ciudad. Anne había dicho "Hoy quiero que le des un beso a la ciudad, Dani. No te preocupes, que ya encontrarás el modo." Y Dani se iva a todos los sitios bonitos que le gustaban a ella y les daba un beso, con todo el amor del mundo, para que no la olvidaran durante su ausencia. Visitó el museo, el pub de la noche, el parque, las calles, saludó a los gatos callejeros y les envió también un beso fugaz.
Al fin el muñeco se tiñó de verde, y la riada de personas que desbordó por las aceras y se desparramó como el líquido de un vaso roto. Él comenzó a caminar, intentando encajar los matices extraños de la llamada de esta mañana, a su vez pensando en más sitios a los que ir, hasta que calló en la cuenta. En el tono cansado, en la voz ligeramente quebrada, en el hecho de que lo llamara por teléfono. En el favor tan extraño que le había pedido, "Dale un beso a la ciudad..." Y comenzó a llorar. Allí parado en mitad del paso de cebra, como si le hubieran clavado los pies a la carretera. Lloró como nunca lo había hecho. Lloró hasta la última pena, hasta que no le quedaron lágrimas ni sollozos que gastar. Lloró porque encajó la útima pieza, la que había estado ignorando todo el día porque no tenía cabida en su cabeza. Lloró como un desconsolado, como a una persona a la que le acaban de arrancar el alma de cuajo. Porque comprendió que todos esos favores eran para demostrarle que aunque ella no estuviera la vida continuaba con los mismos sonidos, los mismos sabores, con las mismas emociones. Con el mismo ritmo. Para demostrarle que no le hacía falta ella para seguir viviendo, porque no era más que un diminuto engranaje en la ciudad, una pieza prescindible.

Entonces comprendió que Anne le mandaba un beso de despedida a la ciudad, pero también a él.
Le pareció muy adecuado que comenzara a llover cuando se fue a casa.



Bueno, no estoy muy convencida de este texto, pero a ver qué os parece...
Y, cómo no, mención especial a esos 34 seguidores.
Un hurra por vosotros, porque el hecho de tener gente con la que compartir me anima mucho.
Mil gracias.

9.3.10

quiero perderme

Hoy quiero irme. Quiero desaparecer de aquí, aprender a respirar. Quiero coger el primer bus que vea pasar con la mochila al hombro y unas cuantas monedas en el bolsillo. Quiero aprenderme todas las historias que abrazan a las ratas por la noche y bañarme en las corrientes de humanos desconocidos que no tienen rumbo ni fin. Quiero conocer gente desconocida y escuchar lo que me tengan que decir, quiero asomarme a las creencias de los demás y averiguar qué es lo que las mantiene en pie. Quiero aprender de otras culturas. Quiero silvar mientras las llagas de mis pies revientan de cansancio por todo el camino andado y la mochila me pesa por todas las cosas nuevas que se vienen conmigo. Quiero llenarme hasta los topes y explotar. Quiero vivir la incertidumbre de no saber dónde voy a estar mañana y qué va a ser de mí.

Quiero callejear hasta perderme en las entrañas de la ciudad. Hasta perder la noción del tiempo. Quiero encontrarme a mí mismo y mi sonrisa. Y volverme a perder para volver a empezar.

Hoy se siente así
Solo escucha.

5.3.10

quiero olvidar cada diez segundos

A la chica del pelo corto le encanta ir al acuario y pasarse las horas muertas mirando a través de los gruesos cristales. La podías ver todos los días a las siete de la tarde frente a cualquier pecera panorámica, observando con atenta distracción el lento ondular de los peces. A veces se sentaba en el suelo y dejaba pasar el tiempo, hora tras hora, hasta que ya no quedaba nadie y el silencio le hacía compañía junto a la luz verde-azulada de los destellos del agua. Hasta que aparecía el ayudante del encargado del tanque y la llamaba con un siseo cómplie. La conducía por pasillos secretos y caminos vetados para llevarla al borde mismo de la pecera y de vez en cuando, cuando estaba seguro de que nadie les podía ver, dejaba que la chica diera de comer a los peces medio vestida de neopreno, mojándose los pies como una niña que juega a atrapar sombras en un riachuelo. Solo para poder ver su bonita sonrisa en el rostro ausente y pensativo. Y la chica del pelo corto sonreía con ganas porque quería ser un pez como a los que daba de comer. Para no tener memoria, ni recuerdos, ni tristeza. Para no sentir dolor en el pecho. Quería ser un pez para olvidar a los diez segundos. Para levantarse cada día y vivirlo como si fuese el primero. Para sentir de nuevo todas las emociones con la intensidad de quien nunca las ha vivido y no acordarse de ellas la siguiente vez que despertara. Quería ser un pez para moverse únicamente a base de impulsos instintivos, básicos, sin explicación, sin intención. Como parpadear o dejar que el corazón siga latiendo. Quería vivir sin pensar, dejarse arrastrar por la corriente, sin preguntar, sin intentar cambiar la dirección. Olvidar toda la melancolía, toda la pena que amenazaba en convertir sus ojos en peceras rotas. Por eso iva todos los días al acuario a contemplar el rumbo perdido de los peces a através de los cristales. Dejaba la mente en blanco y se iva a vivir dentro de la pecera, nadando de un lado a otro sin objetivo fijo, dando vueltas una y otra y otra vez. Limitándose a existir. Sin preocupaciones. Sin memoria. En silencio.



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